SOMOS VALIENTES

Escenas

La semana pasada fue intensa en cuanto a emociones, sensaciones y decisiones.

No sé si os conté que el martes fui al CIBIR a hacerme un TAC. Aún andaba rumiando lo de las sesiones de radio que, para ser sinceras, no terminaba de comprender o de aceptar. No conseguía ver avanzar lo de mi ojo y, encima, me comentaban que tendría que darme quince sesiones de radioterapia seguidas y que, para ello, tendrían que tatuarme varios puntos en distintas zonas del cuerpo. ¿Recordáis la serie «Prison break», esa en la que Michael Scofield se tatúa en su cuerpo los planos de la cárcel donde está su hermano para escaparse con él de ella? Pues nunca me han gustado los tatuajes. La serie… bueno, cada una tendrá su opinión.

El caso es que el martes fui a que me hiciesen un TAC para que pudiesen decidir dónde tendrían que hacerme esos puntos que, por otra parte, son para siempre. Dicen que son del tamaño de un grano de arroz, pero ahí se quedan en tu cuerpo. Además, por lo que dicen, la radioterapia puede afectar a partes del pulmón cercanos a la zona que radian, y eso sí que es para pensarlo seriamente, porque yo hago mucho deporte y no tengo claro cómo podrían afectarle las radiaciones a ese órgano tan vital.

Cuando llegó mi turno, entré en la sala, me tumbé para que empezasen el procedimiento, y vi que uno de los chicos que había allí me ponía un hilo sobre la cicatriz del pecho. Sin saber por qué, me dio por preguntar que para qué era aquello, y me explicó que era para cubrir la cicatriz antes de marcarme los puntos… y ahí algo hizo clic en mi cabeza. ¿No era un TAC lo que iban a hacerme? Me incorporé y pregunté de nuevo: «¿me vais a poner los puntos ahora?» Y la respuesta fue afirmativa. No me preguntéis cómo pero, como un resorte, me levanté y les dije «¡¡no, no, no!! A mí no me vais a tatuar nada. Yo esto lo tengo que pensar bien». Ellos insistían en que era lo que se hacía, pero yo no lo tenía claro, así que me vestí y me fui de allí, dejándoles con las máquinas preparadas y sin enferma. Me cambiaron la cita para este miércoles, para que tuviese tiempo de pensarlo.

Supongo que, visto desde fuera, la escena podría formar parte perfectamente de una comedia. Lo que iba a ser un TAC, o eso me dijeron, era una sesión para tatuarme ya los puntos para la radioterapia. Podríamos llamar la peli «Enferma a la fuga».

Después de esto vino el episodio de Javier que os conté antes de ayer, y reconozco que me está haciendo plantearme las cosas seriamente.

Si a algo me está ayudando esta enfermedad es a conocerme a mí misma, y reconozco que hay muchos rincones a los que no estaba acostumbrada a mirarme. Estoy tratando de aprender a marcar mi camino, a que, como dice mi psicóloga Yaiza, nada del exterior me afecte y a, como decía también Javier, mirar siempre hacia adelante. Quien quiera acompañarme en este camino, bienvenido sea; quien no, con que no ponga piedras es suficiente.

Por suerte, el jueves, la doctora Sánchez, mi oncóloga, me explicó exactamente la situación, los pasos y las decisiones a tomar. Me comentó que mis tumores estaban muy profundos, cerca del tórax, así que es probable que los tejidos de alrededor, el pulmón en concreto, se vieran afectados por la radioterapia, aunque luego se recuperasen poco a poco. Me aclaró que las radiaciones son un tratamiento más para prevenir y cerciorarse de que todo continúa bien. Así que ahora estoy sopesando las opciones, pero ya con todas las cartas sobre la mesa y esperando a mañana para que me den otro plano diferente dentro de esta nueva escena que me toca rodar. Esperemos que la película resultante sea buena.

Eso sí, ahora tengo siempre en mente las palabras de Javier: «todo está aquí (señalándose la cabeza). Así que, a coger las riendas y pa´lante».

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